LAS MANOS DEL ANGEL

Solo una semana después de haber llegado, caminábamos desde el comedor con dirección a los dormitorios del complejo, cuando ella me dijo:
-Eres un hombre muy agradable.
Con la cordialidad que me podía permitir en esa situación, y deseando ocultar mi sorpresa dije:
-Tu también eres una mujer agradable y hermosa.
-No- me corrigió ella; me agradas muy personalmente. Dijo tocándome el brazo y apartandome del grupo.
Sentí que a mis cincuenta años, me sonrojaba delante de una mujer adulta se me declaraba una noche después de cenar.

-Veras, soy una mujer casada, felizmente casada, he sido siempre deportista y mi esposo también es deportista, es un hombre fuerte físicamente, temperamental y dominante, eso hace que lo ame con todo mi corazon.

Hizo una pausa y buscó en su bolsillo, y repaso sus labios con un carmin, después continuó:
-Por mi parte, a los 22 años sufri una lesion severa en un tobillo y no pude volver a competir, de manera que me dedique por completo a mi carrera y posteriormente a mi profesión y mi matrimonio.
-Ambos me han ofrecido enormes satisfacciones- continuó diciendo, la primera en premios y reconocimientos, el segundo en la armonía de la pareja, la vida no nos dio hijos, por lo tanto hemos podido disfrutarnos mutuamente. Espero que me entiendas. Sería vulgar presumir de marido delante de un hombre con tus modales.
Llevo una vida sana, trato de comer saludablemente y practico todo el ejercicio que puedo y siempre que puedo, soy monogama de mente liberal y he planeado vivir hasta los 100 años.

Te cuento todo esto de la intimidad de mi vida, para que puedas valorar los motivos que tengo para amar mi cuerpo y desear que en todo momento me regale placer. No lo tomes como una enfermedad, es una serena reflexión sobre la madurez y la posibilidad de disfrutar sensaciones que en poco tiempo se irán para siempre.

Podría contarte las múltiples variaciones que he aprendido de auto gratificación, lograda con los más cotidianos, inesperados o exóticos elementos e instrumentos, creo que puedo decir que he disfrutado todo modo de placer que una mujer puede sentir. Sinembargo no son los ritmicos balanceos, los jadeos inevitables y los estremecimientos que nos hacen vislumbrar el paraíso durante tres segundos.
En mi personal opinión todo el verdadero placer subyace en un instante que existe entre la vigilia y el sueño, quiero decir en el abrazo posterior, el instante en que vuelves a tener conciencia de tu entorno, cuando recuerdas que no estas sola.

Una vez han pasado las explosiones de fuegos artificiales, reconocer la silenciosa oscuridad, ver la noche frente a los ojos y sentir la presencia invisible de la pareja, para acomodar ambas siluetas y ahora sin el ardor del deseo, sumergirse delicadamente en el letargo del sueño.
Es decir que si tu lo deseas y tu conciencia te lo permite, me encantaría invitarte a compartir conmigo esa serenidad de la oscuridad silenciosa.
Se había quitado los zapatos y los sujetaba en la mano, el cabello muy corto brillaba como sus hermosos ojos almendrados y el escote discreto de su vestido de algodón sugeria la turgencia de sus senos; con una sonrisa construyó un silencio esperando una respuesta.

-Estaremos aquí de ocho a diez semanas - dije balbuceante - es posible que mi deseo y mi conciencia me otorgen licencia para compartir tu cama una noche y otra, pero existe alguna garantía que no se comprometa el corazón?  

Ella me miró como a un niño que hay que explicárselo todo:
-No hay garantía de nada! dijo alzando la voz.
-Nunca, incluso cuando aceptamos venir aquí sabíamos que no la había. Cuando sufrí aquella lesión, hice mi mayor esfuerzo para ganar y el resultado que parecía trágico en ese momento era un mensaje del Universo, del destino, de Dios para cambiar hacia una nueva pasión: mi profesión y el deleite que me proporciona mi cuerpo; así que me gustaría que aceptaras.
El viernes daremos una fiesta secreta, espero que vengas y traigas tu cepillo de dientes.

*Dos años después, al recordar las aquellas apasionadas noches, el coronel aun trataba de encontrar algún oculto mensaje del destino en la condena de un consejo de guerra, por negarse a ejecutar a la prisionera.

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